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19.10.10

AAA. El evidente poder de las agencias de rating

Aunque se trata en muchas ocasiones de empresas centenarias, las agencias de calificación de deuda (o de rating) al ciudadano de la calle le están comenzando ahora a resultar familiares a causa de los duros tiempos de crisis económica que nos está tocando vivir. La imagen de estas no es lo que se dice encantadora: la irrupción de estas empresas en los últimos tiempos con sus informes les hacen parecer una especie de ogro que aterroriza los mercados. Pero, infundados o no, estos temores no son para ignorarlos. Es cierto que en ese maremágnum casi arcano de letras mayúsculas y signos aritméticos hay parte de lógica matemática y también, por qué negarlo, de artes adivinatorias algo oscuras, pero obviarlo sería un error, por tanto: ¿Qué debe pensar un ciudadano anónimo al ver esas recalificaciones de la deuda de su país? Para empezar debiese pensar que será más cara la financiación del Estado y las empresas y que puede afectarle en cuanto a que los créditos a los que puede acceder probablemente serán más caros y escasos.
¿Cómo funcionan? Las agencias de calificación crediticia son empresas que, por cuenta de un cliente, califican unos determinados productos financieros o activos ya sean de empresas, estados, gobiernos regionales... Sus notas valoran el riesgo de impago y el deterioro de la solvencia del emisor. Para ello utilizan modelos econométricos en los que emplean distintas variables como la deuda acumulada, la velocidad en devolverla, etc. que les sirven para valorar el potencial económico del sujeto analizado. Estos datos informan, por ejemplo, de si una inversión en un determinado producto financiero (acciones, letras del tesoro...) es arriesgada, analizando la posibilidad de que el inversor cobre los intereses y de que recupere el dinero una vez vencido el producto. El problema radica en que nadie sabe el modelo que utilizan para calcularlo. Cobran por hacerlo, pero no te dicen sus variables. Lo que sí se sabe es que en los últimos siete años no han modificado sus modelos y estos tenían fallos. Pero este sector funciona casi como un oligopolio controlado principalmente por tres compañías neoyorquinas (Standard & Poor's, Moody's y Fitch) que dominan aproximadamente el 90 por ciento del mercado. Y aunque cada una tiene su propio sistema de calificaciones, estos son muy similares. Generan muchas dudas porque la agencias de rating además no siempre aciertan. La gente les cree y por eso tienen influencia a corto plazo, pero a largo plazo lo que predominan son otros factores. Encima, debieran siempre actuar responsablemente y con rigor, sobre todo en momentos tan sensibles y difíciles como los presentes pero, ¿lo hacen?
La verdad es que estas empresas no pasan por un buen momento de credibilidad. Sus ocultos modelos de valoración ya comentados -se cree además que no disponen siempre de todos los datos necesarios-, algunas polémicas sobre sus valoraciones interesadas y su funcionamiento dejan demasiados interrogantes. Y es que si la agencia que sea pone una calificación a tus activos que no te convence, puedes no pagar, así que les interesa poner AAA porque si no el cliente podría irse, es absurdo pero se intuye que -esperemos y suponemos que no siempre- el asunto funciona así.
Luego están sus fallos. Y es que estas agencias han demostrado sus carencias en crisis como la de Enron y en los primeros estadios de la presente crisis financiera -donde, por ejemplo, Lehman Brothers tenía una buena calificación justo antes de su debacle-. No obstante, y todavía así, tienen el poder de desestabilizar las economías nacionales. Por ello, la Unión Europea por ejemplo quiere reglamentar el funcionamiento de las agencias para que estén bajo su supervisión y parece que no se descarta la creación de una agencia pública europea, ya que, aunque se dude de su funcionamiento se reconoce que el efecto de estas agencias es muy positivo tanto para emisores como para inversores. Aunque parece evidente que esta no debiera ser la solución ya que, siguiendo con el mismo ejemplo, una agencia pública europea tendría un interés muy claro en valorar positivamente la deuda de los países miembros y la de los países dependientes. Tendría la misma credibilidad que las privadas, pues.
Antaño, estas agencias tenían los incentivos correctos porque sus clientes eran los inversores y la agencia debía decirles la verdad. Volver a ese punto podría ser la solución, pero es muy complicado: a la velocidad que corre hoy la información, esos informes estarían en la red en horas y se les acabaría el negocio. Por eso, una posible solución intermedia podría ser que fueran los organismos públicos quienes indicaran qué agencia debiera valorar la deuda de un determinado país o empresa.
Pero de momento, no hay alternativas a estas agencias. Las instituciones se pueden negar a que les califiquen su deuda -algunos incluso lo han hecho-, pero claro: eso provoca una situación complicada ya que pocos se fiarán de los que actúen de ese modo y vender su deuda resultará más caro. Es salirse del sistema y eso no sale gratis. Es evidente que estas agencias nos tienen cogidos por los... a todos.